miércoles, 15 de agosto de 2007

Misa

Apenas dio unos pasos y el olor dulzón del interior de esa iglesia le llegó con un golpe en el pecho. En cosa de segundos le entró tan hondo que además del mareo, un escalofrío nauseabundo lo cubrió. Sintió entonces algo como angustia… morbosa. Era familiar, ya lo había sentido antes: un recuerdo sin rostro, sin escena, le había llegado como golpe seco directo al esternón en forma de distensión esofágica.
Arturo exhaló un suspiro ruidoso que fue su única muestra de sorpresa y siguió con paso calmado hacia el altar en busca del cura.
Hincada en el altar, acomodando flores y veladoras, estaba una mujer cubierta por un amplio vestido azul de fiesta. Era ella la que había invadido todo con ese olor.
Los pasos de Arturo la distrajeron y volcaron sus reflejos a él.
“¡Arturo!”, gritó la mujer aún en el suelo.
“¿Sí?”
“¿No me recuerdas!”, volvió a gritar la mujer.
“¿Eh?... per… no. Perdón, ¿la conozco?”
“Arturo, ¡soy Lucía! –gritó más fuerte- ¿Qué haces aquí!”
“¿Lucía?...
“¡Arturo! –gritó agudo- ¡Lucía! ¡Lucía! ¡Fuimos novios hace años! ¿Qué haces aquí!”
“¿Lucía?... ¡Lucía!, claro ¡Lucía!”
Lucía. Irreconocible con tanta gordura y el pelo tan corto. Era bonita, quejumbrosa, hipocondríaca, chantajista, peleonera. “¿Fuimos novios?”, pensó Arturo. No la recordaba así.
“Arturo, -dijo por fin sin berridos- ¿qué haces aquí? ¿Lo sabes?
“¿Qué? ¿Qué?... no, ¿qué sé? No, vine a preguntar por una fecha para ocupar la iglesia en un bautizo."
“¿Tuyo!, ¿hijo tuyo!”, casi gritó la mujer.
“No… no, de mi hermano. Soy el padrino. Que… qué gusto verte, tenía años…"
Ahora con Lucía de frente aventando su olor sin pudor como solía hacerlo tiempo atrás recordaba claro: la pesadilla Lucía.
“Esto es cosa de Dios”, dijo la mujer con voz grave y los ojos muy abiertos.
“¿Ehh?, ¿tú crees? Bueno, una gran casualidad. ¿Tú qué haces aquí?"
“Le celebro sus 15 años a mi hija”, dijo la mujer con exagerada seriedad.
“¿Ah sí? ¡Eres mamá!, ¡qué sorpresa! Por eso tan elegante. ¿Dónde está tu niña?"
“Muerta. Murió hace tres años; hoy cumpliría sus 15 y se hará una misa para dar gracias, como debió ser. Era tu hija."
Imposible hacer cuentas: la distensión esofágica pudo confundirse por el dolor con un infarto; le taladró la garganta; la nuca se le puso fría y las cuencas de los ojos empezaron a doler. Sentía que sudaba, pero estaba seco, seco.
¿Hace cuánto que se acostó con esa mujer? ¿De dónde había salido? Estaba loca.
“Se llamaba Yolanda –le dijo ya con la voz cortada y con esa mirada de mártir que no había soportado antes- Quédate a la misa, Arturo. Dios mismo te trajo”
Arturo no dijo nada. Dio la vuelta y salió casi a tropel y sin despedidas.
Ya en el auto, llorando a gritos, pensó: nada, nada garantizaba que fuera verdad. Nadie garantizaba si quiera que aquello hubiera pasado.
Metió las llaves al switch y avanzó. Mañana buscaría otra iglesia; ésa ya estaba ocupada de aquí a un año.

1 comentario:

sirako dijo...

me acordé de la rola de "yo no me llamo javier"

me encantó, fresco, directo, no le falta ni le sobra nada, me fascinas, ahora eres mi escritora favorita.