Era como la imaginaba: gorda, derrotada; los años son injustos con las mujeres, pensó. Se detuvo en la puerta del Vips con ese gesto que no envejecía: el cuello estirado, buscándolo entre las mesas. Ahora se veía grotesco: hace dieciocho años se enamoró de ella por ese mismo movimiento; pero hace dieciocho años parecía bailarina.
Por un instante pensó en esconderse, aunque al final lo traicionó la decencia y alzó la mano. Ella lo vio, sonrió y caminó hacia él. Se levantó de la mesa y la abrazó con torpeza extrema, exagerando el cariño.
—Pero estás igualito —dijo ella.
Él se reservó su comentario, la invitó a sentarse. Llamó a la mesera. Pidieron café, pay helado de limón. Se hizo el silencio. Él no tenía la más remota idea de para qué lo quería ver.
—Es que te lo tengo que decir de bulto —dijo ella—. Tuviste una hija y… —se le quebró la voz.
Entonces tenía a una mujer gorda, a la que una vez amó como un imbécil, de la que se aburrió pronto y dejó por otra, a la que no veía en quince años por lo menos, llorando frente a él y mostrándole la foto de una chica con acné en la frente, cabello rizado, ojos claros como los suyos y brackets. Tomó la foto, la sostuvo con los dedos y se sintió idiota.
—Quieres dinero… —dijo él.
Ella paró en seco su llanto. Le quitó la foto y la guardó en su bolso. La mesera trajo el café y los pays de limón. Al verlos, ella sacó su monedero y puso dos billetes en la mesa. Se levantó y se preparó para irse. Todo esto él lo vio sin intentar entenderlo, sin pretender detenerla.
—Se llamaba Karen… —dijo ella como un reclamo—. Que nunca se te olvide ese nombre —se le quedó mirando y se dio la media vuelta, y caminó hacia la salida del Vips, con todo su peso y su trasero enorme.
Él miró los dos pays de limón. Pidió uno para llevar.
martes, 14 de agosto de 2007
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